FMI: el pirómano financiero
El Fondo Monetario Internacional se fundó con el objetivo de promover la cooperación monetaria internacional, facilitar el comercio global y contribuir a la estabilidad financiera. Aun así, a lo largo del tiempo su mandato se amplió para dar “apoyo” a las economías en dificultades y ha evolucionado hasta convertirse en una herramienta al servicio de los intereses neoliberales.
Entre el 15 y 20 de abril se está celebrando a Washington la reunión anual de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial. Estas reuniones se hacen, oficialmente, para agrupar esfuerzos para poner fin a la pobreza extrema y promover una prosperidad compartida.
Este organismo internacional se estableció el 1944 con el objetivo de promover la cooperación monetaria, facilitar el comercio internacional y contribuir a la estabilidad financiera. Desde su fundación, quería eliminar las restricciones que dificultan la expansión del comercio mundial, la estabilidad cambiaria y evitar las devaluaciones competitivas de divisas entre países.
Con el fin de los sistemas de cambio fijos después de que se eliminó el patrón oro durante los años setenta, su función cambió. La llegada del neoliberalismo a las políticas económicas de los Estados Unidos y de la Europa Occidental significó un nuevo rol para el FMI, que pasó a financiar a naciones que tenían problemas para pagar su deuda y cuadrar sus balanzas de pagos.
Un salvavidas que comporta disturbios civiles y miseria social
La ayuda financiera del FMI no es gratuita, como es muy sabido, los préstamos vienen acompañados de fuertes medidas de austeridad, anti-obreras y anti-populares, que afectan desmesuradamente a los sectores de la población con menos recursos y a menudo acaban beneficiando a las élites.
El mecanismo que suele utilizar el FMI a tal efecto es la imposición de condicionalidades, como la condonación de préstamos a países que necesitan apoyo para su balanza de pagos, o como en el caso de Pakistán, la transferencia de armas en Ucrania. Dicho de otra manera, se usa el FMI como una herramienta más de la política exterior de las corporatocracias occidentales.
Las condiciones que se imponen a los países deudores abren sus economías a la penetración del capital, corporaciones e inversores extranjeros. Esto se lleva a cabo con privatizaciones de los servicios públicos y con la venta de las joyas de la corona de los países que reciben esta “ayuda”, especialmente en cuanto a los recursos naturales y a sus tierras.
Por norma general, el FMI exige que los gobiernos reduzcan el gasto público, suban los impuestos y apliquen reformas destinadas a reducir su ratio deuda/PIB. Recortar las subvenciones sociales a los combustibles y a los alimentos o reducir la inversión pública en hospitales, escuelas y carreteras, acontecen la “nueva normalidad”.
Evidentemente, estas medidas draconianas de austeridad provocan manifestaciones y revueltas entre las poblaciones afectadas que se conocen en el mundo anglosajón como “IMF riots”. Un término acuñado para describir las oleadas de protestas que se produjeron en los países en vías de desarrollo durante las décadas de 1980 y 1990, y que definen perfectamente las consecuencias de las acciones de un bombero financiero que se dedica a encender fuegos.
Las crisis económicas de México o Grecia y posteriores rescates del FMI destacaron el papel negativo que ha jugado este organismo en los últimos años, pero el historial, ampliamente documentado, de sus intervenciones en los últimos 50 ha sido más que pésimo. Aunque organizaciones humanitarias como Oxfam y CAFOD no se cansan de avisar que las “campañas de austeridad” del FMI perjudican gravemente a los países pobres y que ha jugado un papel “devastador” en la crisis mundial de la deuda, el organismo de crédito internacional da pocas señales de cambiar de rumbo.
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Merci
Moltes gràcies, Manel!